Emprender en pareja

“Ser un emprendedor es vivir unos años como otros no lo harán,  para vivir el resto de sus vidas como otros no podrán”. Anónimo

Honestamente, en este tema no hay “fórmulas mágicas”, pienso que lo único constante es tener la voluntad para que nuestra pareja de emprededores funcione y entonces ¡trabajar en ello! Y es que cuando ambos emprendemos no es fácil conciliar intereses, preocupaciones, ocupaciones y tareas; en realidad es todo un reto.

Muchas veces me preguntan cómo le hacemos mi pareja y yo para subsistir emprendiendo y viviendo juntos. Regularmente mi respuesta va relacionada con la importancia de separar los roles y tener muy claras las responsabilidades; además de una excelente comunicación, una dosis de paciencia y otra de buen humor. Sin olvidar el respeto, la toleracia… no irse a la cama con temas pendientes y podría agregar un larguísimo etcétera que prefiero desglosar en estas buenas prácticas:

Visión de equipo

“¿De qué lado estás?” —le grité a mi pareja. Estábamos en plena negociación con un cliente importante y sentí que estaba dando demasiadas ventajas con tal de cerrar el trato. Mal hecho.

El negocio no se dio y nosotros tuvimos una fuerte discusión. Confieso que había perdido la visión de equipo y no debí de haber reaccionado así, pero el daño ya estaba hecho.

Por fortuna tengo por pareja a un hombre comprensivo y mucho más maduro que yo, así que me disculpé y volvimos a las andadas comerciales muy pronto. Este feo pasaje me dejó muy claro que siempre somos equipo ¡siempre! Aunque se necesiten ajustes, siempre habrá ocasiones mucho más propicias para hacerlo que frente a un cliente.

Objetivos comunes, intereses diversos

Es claro que tenemos el objetivo común de emprender; sin embargo, es posible tener intereses diferentes.

Algunos emprenden porque simplemente lo traen en la sangre, otros porque no quisieran trabajar en la empresa de alguien más, y a unos menos les heredaron el negocio.

De cualquier manera, ya ubicados en la carrera del emprendimiento, lo mejor que podemos hacer es unir esfuerzos. Es decir, aun cuando a mi pareja la actividad de emprender le resulta de lo más natural (su primera empresa fue vender muñecos de plastilina a los ocho años de edad); para mí ha sido todo un reto y mi interés es no volver a trabajar para otro empresario (en mi vida pasada laboré más de veinte años para diversas empresas, ninguna de ellas era mía).

Cuando los intereses son diversos, recordar el objetivo en común es una excelente forma de entendernos.

Juntos ¿o separados?

El hecho de que seamos una pareja de emprendedores no significa que emprendamos todo el tiempo juntos. De hecho, nos parece muy conveniente que cada quien tenga sus propios proyectos.

Insisto, aquí no hay reglas, estoy convencida de que cada pareja deberá descubrir qué esquema le va mejor.

Lo importante —en ambos modelos—es determinar los límtes. Es decir, si emprendemos juntos hay que tener muy claro quién hace qué y hasta dónde puede llegar. Nada más frustrante que tener un director de finanzas que insiste en meterse en temas de mercadotecnia o viceversa.

Igualmente, si la idea es que emprendamos cada uno por nuestra cuenta, entonces conviene saber hasta dónde podemos intervenir en el negocio del otro. En mi caso, me ha funcionado muy bien pedirle a mi pareja que sea mi coach en temas comerciales porque sé que no es mi fuerte y que no se tentará el corazón en puntualizar mis áreas de oportunidad.

Las finanzas también entran en este punto. Es un tema delicado, todavía más si se decide compartir; entonces es sugerible hacer un análisis concienzudo y lo más objetivo posible sobre cómo manajar el dinero. Una primera estrategia que a nostoros nos ha funcionado de maravilla es separar los ingresos y gastos de casa, de los de la empresa. ¡Es la única manera de saber cómo vamos financieramente! Adicionalmente, el apoyo de un buen contador con estrategias fiscales para ambos, nunca está de más.

Decisiones de empresa, no de personas

Una de las trampas más comunes —y en la que vi caer a muchos de mis antiguos jefes de oficina— es tomarse las cosas de manera personal. Sería una mentira escribir que yo jamás caí en ese bache… lo hice y muchas veces tuve que sacudirme el traje sastre y las lágrimas para seguir caminando.

Desde mi punto de vista, esa no es la mejor manera de manejar temas corporativos. Cuando aprendemos a distinguir entre temas de empresa y de personas, es mucho más fácil tomar decisiones.

Ahora que emprendo en pareja hago un esfuerzo diario por recordarme este punto. Cuando mi marido me ha llegado a reclamar algún error que es mi responsabilidad me detengo a recordarme: “Él es el director del proyecto y tiene razón en estar molesto”. Sin embargo, no dejaré que lo mezcle con temas personales. La clave está en retroalimentarnos evitando las descalificaciones personales como: “Siempre lo olvidas” o “Nunca estás atento a lo que digo”.

Puedo asegurarle que ningún tema de empresa es lo suficientemente importante como para poner en riesgo el respeto y la excelente relación que tengo con mi pareja. Y pienso que así debería de ser en todos los casos.

Buscar apoyo

Ser un buen emprededor implica ser una persona humilde. En mi experiencia los mejores empresarios que he conocido tienen una posición abierta a aprender y a pedir ayuda cuando lo necesitan.

En el pasado me ocurrió que, al sentir el apoyo de mi pareja, llegué a creer que podía manejar absolutamente todos los aspectos del negocio sin problema. El primer efecto de esa falacia fue que me agoté y entonces entendí que necesitábamos ayuda.

Hemos ido buscando el apoyo de gente valiosa y no ha sido sencillo. Muchos nos han decepcionado por su falta de compromiso o resultados; no obstante, con mucha paciencia hemos ido construyendo un pequeño equipo de gente muy eficiente que nos facilita el día a día.

No espero que mi pareja lo resuelva todo, pero sí espero que ambos —junto con nuestro talentoso equipo— lo hagamos.

Espera lo inesperado: nervios de acero

Una buena amiga me dio un sano consejo cuando inicié mi camino como empresaria: ¡Nervios de acero!

Poco a poco he aprendido a controlar la punzada en mi estómago cuando miro el estado de cuenta de la tarjeta, cuando me da la una de mañana trabajando y al día siguiente doy clase de siete o cuando me doy cuenta de que mi pareja olvidó agendar la comida de esta tarde.

Así aprendí que en esta carrera por emprender lo único seguro es esperar lo inesperado: el cliente que no pagó, el proveedor que no entregó, el diseñador que no entendió… en fin. Mis nervios de acero son una forma de recordarme que no tengo el control de todo, pero que sí puedo elegir cómo enfrento las vicisitudes de la vida emprendedora: con mucha paciencia, tolerancia y buena voluntad.

Enfocados para disfrutar

Durante los momentos más díficiles de esta historia en pareja, como aquella vez que perdimos una inversión por un socio deshonesto, nos ha funcionado enfocarnos en el propósito.

En otras palabras, tener presente por qué y para qué hemos decidido emprender nos ayuda a superar esos obstáculos y ponerle buena cara al futuro. Aún frente a ese cliente caprichoso con el que no acabamos de quedar bien, procuramos ser muy positivos y replantearnos la importancia de seguir trabajando con ahínco en nuestro emprendimiento. Es la mejor manera de disfrutar el camino.

Oídos sordos a palabras necias

Muchos han dudado de nosotros, incluso algunos que considerábamos amigos muy cercanos nos han cuestionado ciertas decisiones de negocio. A pesar de ello, hemos procurado ser selectivos en lo que escuchamos y lo que dejamos de escuchar. Ciertamente un consejo a tiempo puede evitar dolores de cabeza, por desgracia nos hemos encontrado más discursos para sembrarnos miedo, que para construir con nosotros. Al final, todas las experiencias de negocio, incluso aquellas que no han sido fructíferas se han convertido en grandes aprendizajes.

El valor del buen humor

Hay muchas cosas que agradecerle a mi pareja, probablemente una de las que más valoro es su sentido del humor que me aligera los peores momentos. En una ocasión, salí agotada de la empresa donde trabajaba y llegamos al estacionamiento. De inmediato vi el auto con un fuerte golpe al frente y le pregunté “¿qué es esto?”, él me contestó con naturalidad “un golpe”. La sangre se me subió a la cabeza pensando que había tenido un incidente de tránsito que yo desconocía, pero se me bajó igual de rápido al ver las placas del coche y darme cuenta que no era el mío. Sobra decir que me lo recuerda cada vez que puede diciendo: “¡qué es esto!”.